domingo, diciembre 03, 2006

ADVIENTO


El domingo recién pasado en la iglesia universal y local hemos celebrado el inicio de un nuevo año litúrgico. Es el tiempo de Adviento, que significa tiempo de espera confiada y alegre, que Dios vendrá con nosotros, para permanecer en nosotros.
Es el tiempo en que se cumple la promesa de Dios de presentarse en medio de la humanidad, de caminar junto a los hombres y mujeres. Así lo hizo Cristo cuando permaneció algo más de treinta años en medio del mundo.
La historia de este período de tiempo es simple. A medida que las fiestas de navidad y epifanía iban cobrando, en el marco del año litúrgico, una mayor relevancia, en esa misma medida fue configurándose como una necesidad vital, la existencia de un breve periodo de preparación que evocara, al mismo tiempo, la larga espera mesiánica.
Durante este tiempo los creyentes somos exhortados
a prepararnos dignamente a celebrar el aniversario de la venida del Señor al mundo como la encarnación del Dios de amor; de manera que nuestras almas sean moradas adecuadas al Redentor que viene a través de la Sagrada Comunión y de la gracia; y en consecuencia, estémos preparadas para su venida final como juez, en la muerte y en el fin del mundo.
Como contraste vemos como nuestras sociedades se agitan y convulsionan en una carrera por comprar “regalos”, cuando los índices económicos se aceleran por la mayor actividad financiera. En momentos que todo parece quedar reducido a luces de colores, es necesario detenernos para reflexionar el verdadero sentido del Adviento y de la Navidad.
El propio Santo Padre lo ha dicho hace un par de días qué resulta central en este tiempo «Es Jesucristo que viene para estar con nosotros, en cada una de nuestras situaciones; viene para vivir entre nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a llenar las distancias que nos dividen y separan; viene a reconciliarnos con Él y entre nosotros»
«Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que “el Dios que viene” encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto, que Él pueda llenar con sus dones».
Tomemos conciencia, entonces cuál es el regalo más importante, cuál es el regalo central. Es Jesucristo, el Hijo de Dios y Dios mismo, que se ha regalado por y para nosotros. Guardemos este regalo y compartámoslo en el Amor hacia todos .

José Isert Arriagada